Entre otras cosas… ([1])
Los azares de la Educación (VIII)
La creación del Instituto Experimental del Atlántico
[1] El Heraldo, abril 14 de 1994.
Después de tantos avatares y fracasos en varios intentos de practicar la gratuidad absoluta de la Enseñanza en distintos niveles y la democratización tan necesaria en el campo de la Educación y de la Cultura, creí que había llegado la hora de renunciar a nuevos experimentos. Tanto más por cuanto a los pocos meses de la desaparición de la Universidad Pedagógica del Caribe, empezó el saqueo de sus bellos salones, que estos esfuerzos y dineros habían costado. Desaparecieron los salones Gothe, Shakespeare, Molière, Dante Alighieri, Caro y Cuervo, Pestalozzi, Andrés Eloy Blanco. Desaparecieron también sus cortinas, sus muebles finos, sus bibliotecas, sus cuadros – entre ellos uno del maestro Gómez Jaramillo y otro de Cecila Porras y gran parte de sus libros. Destino fatal de todo lo logrado en unos diez años de constante brega, que dejaba sin fuerzas a cualquiera. Pero el destino mío, -mi kismet”– tomó otro rumbo.
Una noche que le llevé a Alvaro Cepeda Samudio un artículo para el diario que él dirigía en la calle de España, me lo encontré con ambas piernas encima del escritorio y su tradicional puro entre los dientes. En tono guasón, habitual en él, me dijo: “Oiga, maestrescuela: tengo una vaina para usted”.
Al yo inquirir de qué se trataba, me contestó en el mismo tono jocoso: “Como usted pasa por especialista en vainas educativas, hágame un presupuesto para una de esas vainas que sabe cómo se hace”.
– ¿Pero de qué clase? ¿Escuela primaria, secundaria o superior? – Hombre no sea huevón. Cualquier vaina de esas. Da igual. – ¿Con qué fondos se puede contar? ¿Quién financiará eso? – ¿Qué preguntas más huevonas! No se preocupe, ya todo está previsto.
Alvaro contaba con el respaldo de la Fundación Barranquilla (Santo Domingo), pero no soltaba prenda, ni decía con qué fondos se podía contar, sólo exigía que se le presentara un proyecto cualquiera con el presupuesto respectivo. Y cada dos por tres me trataba de “huevón”. Término que yo desconocía y de cuyo significado exacto llegué a enterarme sólo dos años más tarde…
Fui a ver a Don Ramón Renowitzky, quién sabía mucho de Educación y de presupuestos. Hecho el presupuesto modesto para un primer año de bachillerato, con ínfimo cuerpo administrativo y un rector con sueldo adecuado, más bien reducido si se le comparaba con los de uso en otros colegios, se lo entregué a Alvaro, quien lo encontró aceptable.
Y durante casi un año nada más oí de dicho proyecto. Cada vez que le preguntaba por él Alvaro me contestaba con evasivas o me decía que todo estaba pendiente de la llegada de un señor que se hallaba en los Estados Unidos. Nunca nada en concreto. De suerte que acabé por no preguntar nada y dí el proyecto por anulado. Hasta que una tarde, al terminar una clase de Inglés que recibía en el salón británico del ILM, Don Francisco Posada de la Peña, me pidió que le diese a Alvaro un presupuesto para la creación de un plantel educativo. Al contestarle yo que ya lo había hecho un año antes, Don Francisco me dijo: “Ya lo sé. Llévele ahora otro que está al día con las circunstancias actuales”.
Me tocó, pues, volver a consultar a Don Ramón Renowitzky y llevé el presupuesto ahora más elevado, a Alvaro, indicándole que el plantel se llamaría “Instituto Experimental del Atlántico”. También ese presupuesto lo encontró aceptable. Pero cuándo le pregunté dónde habría de funcionar el plantel y si podría contarse con suficiente terreno para deportes, replicó:
– ¡Caray, siempre tan huevón! ¡Tendrá usted todo lo necesario: campo para deportes, piscina, laboratorios, sala de conferencias y conciertos, todo! – Pero ¿Dónde? – Mire: ¿sabe dónde está la Escuela Técnica Alemana en la autopista que conduce el aeropuerto? Pertenece a la Fundación y ya la hemos evacuado. Está vacía. Llamó al conductor del campero gris, le dio las llaves de dicha Escuela, entonces sin uso, y le dijo que me llevase allá para que conociera el lugar y las instalaciones puestas a mi disposición con miras a poner en práctica el famoso proyecto.
Lugar e instalaciones resultaban magníficos si bien necesitaban algunas reparaciones locativas. –No se preocupe: dentro de quince días estará todo en condiciones inmejorables– fue la respuesta del gran Alvaro.
A los quince días volví a preguntarle si ya se podía disponer del edificio en cuestión. –No. Acabamos de venderlo todo. Hay que cambiar de sitio. ¿Dónde? No se impaciente, profe. ¿Sabe dónde está Radio Sutatenza, en la carrera de Líbano? Acabamos de echar de ahí a los curas que dirigían la emisora. Vaya a ver eso.
Fui a ver eso. A los curas no los habían echado, sino que se habían ido voluntariamente para estrenar un edificio propio. Me gustó el sitio abandonado, sobre todo el gran jardín delante de la casa. Pero esta se hallaba en tan desastrosas condiciones que precisaban muchos arreglos y reparaciones. Deme dos semanas –dijo Alvaro– y lo tendré todo tip-top.
Pasadas las dos semanas, fui a preguntar si ya se podía utilizar aquella casa para convertirla en colegio. –No profe, hay un compromiso para prestarle la casa al amigo García para su próxima campaña electoral. -Entonces, ¿dónde nos metemos?. –Calma, profe. No muy lejos de allí, en la esquina de Líbano con Murillo, frente al parque Aguila, Está la antiguan mansión de la familia Volpe, con soberbias escaleras de Mármol. Vaya a verla y dígame después si le gusta o no.
Fui a ver la soberbia mansión de dos pisos con escaleras de mármol y todo. Me gustó sobremanera, a pesar de que en el vecindario inmediato había puestos y hasta locales de fama “non sancta” cuyo negativo influjo me proponía contrarrestar a mi manera. Pero tampoco ese lugar resultó asequible, porque allí se iba a hacer otra cosa.
Cansado de tantos vaivenes. Alvaro volvió a desinteresarse del asunto, quedando entonces todo en manos del doctor Francisco Posada de la Peña, quien con gran realismo supo resolver el problema, encargándome de alquilar una casa que me pareciera conveniente por el propósito. Puso unas condiciones mínimas en nombre de la Fundación Barranquilla, para el funcionamiento del plantel, entre las cuales figura por fortuna la de la gratuidad absoluta de la enseñanza para niños y niñas colombianos preferentemente de nulos o escasos recursos. Cuando le propuse a Don Ramón Renowitzky como rector del plantel que fue en quien yo había pensado desde el primer momento, Don Francisco me dijo que respetaba y admiraba mucho a ese gran educador pero que los directivos de la fundación habían expresado el deseo de que fuera yo el rector y el único responsable por la marcha del plantel. Motivo por el cual rebajó inmediatamente el sueldo rectoral a la mitad, y poco tiempo después renunció por completo a cualquier clase de remuneración.
Es bien conocido de casi todo el mundo la trayectoria del IEA, ideado en 1970, Año Internacional de la Educación promovido por la UNESCO, que muy pronto se convirtió en uno de los mejores planteles, ciertamente único en su género en el panorama educativo del país, y de creciente prestigio nacional a internacional. Sus 63 horas de clases semanales, en vez de las 32 ó 35 exigidas oficialmente, su intensificación horaria de las asignaturas científicas; sus 8 idiomas entre lenguas clásicas y modernas; su adiestramiento técnico (ajuste, torno, fresa, soldadura, etc.); la formación artística musical (varias clases de dibujo y serios estudios de piano), 5 pianos etc; las centenares de becas universitarias en el exterior para sus mejores bachilleres el gran número de profesionales regresados de Europa con doctorados o maestrías; todo ello ha contribuido a confirmar la importancia del proyecto. Cuyo éxito se debe en gran parte, aquí también, a tres meros azares: la fantástica personalidad de Alvaro Cepeda Samudio, el pragmatismo del Dr. Francisco Posada de la Peña y la generosa comprensión de Don Pablo Gabriel Obregón Santo Domingo, joven ejecutivo, que no fue sólo de rostro humano sino también de altas cualidades humanas. Los tres, respaldados por la Fundación Barranquilla, intervinieron cada uno a su manera, en la realización del proyecto. No faltaron, sin embargo, momentos de terribles angustias. De desalientos y desfallecimientos. Casi todos los visitantes suelen preguntar: “¿Cómo se sostiene ésto?” Respuesta: “Mit Luft und Liebe” (con aire y con amor). Ya sabemos que el amor verdadero nunca se acaba (I Corintios 13:8) pero la verdad es que el aire a menudo nos llega a faltar. Nos asfixiamos por falta de recursos suficientes. En muchas ocasiones se pensó tener que cerrar el plantel. Su rector se vio a menudo completamente desanimado y tuvo que hacer frente a varias crisis. Recuerda que en 1978 fue presa de profunda desesperación y que por fortuna recordó el aliento, poco después de iniciar el año escolar, en marzo.