Por la hija de Casandra
Me encuentro nuevamente en mi tierra. Hasta ahora mis viajes a Barranquilla fueron dulzura de volver al centro vital de mi infancia y juventud y escape temporal de una vida ajetreada y productiva en otros lares.
Pero esta vez me espera mi deber de hija: actuar de apoyo y resguardo a una mujer menudita pero fuerte, ahora frágil al perder a su compañero de toda la vida y hacer cumplir los últimos deseos de mi padre. Mi tristeza profunda y personal por ahora ha de depurarse internamente.
Sé que esta nota puede tomarse como contradicción a sus últimos deseos, ya que conocemos la aversión que tuvo a los homenajes. No debe tomarse como tal, pues mi homenaje personal al viejo se lo he dado en vida, tratando de ser fiel a sus principios de rectitud y dignidad, de responsabilidad hacia los demás y por encima de todo honestidad implacable.
Me veo obligada a aclarar y apoyar públicamente la decisión final de mi viejo: continuar su destino de educador hasta después de su muerte, al donar sus restos mortales a la Facultad de Medicina de la Universidad Libre para ser material de estudio. Para mi madre y para mí, esta es una decisión absolutamente consecuente con los principios que rigieron su vida. Y es una decisión que en otros lados no suscitaría consternación alguna.
Pero sé también que mi padre no sólo me perteneció a mí; fue y sigue siendo parte del tejido vital y emocional de varias generaciones de barranquilleros. Y respeto la congoja y confusión que algunos de sus jóvenes estudiantes y conocidos han expresado. Espero que pasado el primer impacto y el dolor que les causa haberle perdido, acepten y entiendan esta decisión final. Al actual rector de la Universidad Libre, a varios miembros del cuerpo docente así como a la administración anterior que aceptó la responsabilidad de acatar la voluntad del viejo, debo agradecerles la lealtad, la finura y la firmeza con que a pesar de fuertes presiones externas, han defendido la consigna de mi padre y protegido la privacidad de la familia.
Como nota final, quiero añadir que Assa (assá) significa “hizo”. Cautivo inconsciente de su nombre, mi viejo Assa hizo: escuelas, cultura, conciertos, conciencia. A todos los que le han querido, ayudado en sus esfuerzos educativos, aceptado su “excentricidades de corazón de oro”, como le llamó un amigo americano, y entendido su tenacidad en la búsqueda por un porvenir culto, educado y fructífero para todos los jóvenes colombianos, doy gracias. A aquellos que fueron más hijos que yo, al ser sus ojos cuando ya no veía, Martha; su amigo y médico en sus últimos años y suspiros, Alfonso, y a muchos amigos que han sido compañía vital para mi madre en los momentos más dolorosos, les soy eterna deudora.
Me encuentro aun consolando a viejos alumnos que desean homenajear al profesor Assa y que confiesan entre lágrimas la gran influencia que tuvo en sus vidas. Sugiero que Assa también ha dejado una forma simple y directa de recordarle: respetar sus ideales y continuar su lucha por la educación y la cultura.
Hija de Casandra.